jueves, junio 29, 2006

Hoy se van de paseo las consideraciones, cuando al observar cansado del tiempo transcurrido en nuestras pupilas, siguen paseándose, sin perturbación alguna los egoísmos venidos de todas latitudes, ya no se puede confiar en nadie, que el mejor discurso se transformará a la hora de los verdes dolores de cabeza en uno más de la selva consumidora que sumida en su propio canibalismo se ha atrapado la cola y ya no se observa solución alguna.
Cuando el más comunista de los comunista o el más socialista de los socialistas no se atreve a serlo a la hora de pagar un sueldo, olvidándose de que cuando operario, sí quizo ser el mejor entre sus comunes, mirando con ansia ilusoria un probable aumento sueldo y ahora cuando empresario como muchos casos reiterados, paga el sueldo mínimo a sus dirigidos. Pero no es tu caso, estoy seguro de que tú si eres consecuente a esta hora, aunque sea desde este minuto en adelante, restringirás tus ganancias y estarás dispuesto a repertirlas con los tuyos, sí... los tuyos, tus empleados, tus trabajadores, tus cercanos.
Todos tenemos el derecho y el deber de cambiar, ya sea para enmendar viejos errores o simplemente por tratar de ser mejores, como individuos y por consecuencia natural como sociedad, pero para eso alguien debe comenzar: y me comprometo para de ahora en adelante ser aquel iluso que sueña con una sociedad mejor y de que es posible cambiarla y tú, que esperas para aportar con tu granito de arena.
Se compromete:
Genaro Albaíno poeta chileno, Poeta del Mundo.

miércoles, junio 14, 2006

Carta al Ministro de Educación de Chile en defensa del Poeta Mauricio Otero

Señor Ministro de Educación de Chile Martín Zilic:Respetable Señor Ministro:Consternados y con enorme preocupación, hemos tomado conocimiento que el poemario 'Cordero de Luz', publicado recientemente por el internacionalmente reconocido poeta chileno Mauricio Otero, ha sido censurado por el Departamento Administrativo de Educación Municipal, DAEM, de la Municipalidad de Osorno, cuya jefatura se encuentra en manos del funcionario Mario Montesinos Henríquez, bajo la supervisión de su Ministerio.Las fundamentaciones que le esgrimieran fueron que "Los poemas son algo complejos para ser comprendidos por jóvenes que están en periodo de formación, tanto literaria como valórica. Varias imágenes desmitificadoras requieren, para ser comprendidas cabalmente, ser leídas por personas con criterio formado."Nosotros, artistas, intelectuales y ciudadanos del mundo, demócratas, pensamos que es suficientemente decidor cuando se recurre a planteamientos tales como "una formación valórica" y "un criterio formado". En los momentos que vive Chile, donde sus estudiantes han demostrado al orbe entero una capacidad intelectual, recursos oratorios y de personalidad, nos parece muy dudoso que ellos estén en preparación valórica y que no tengan un criterio formado, lo que habla a las claras de los prejuicios y el descriterio con que la obra del poeta Otero ha sido sancionada. La expresión libre, para que cada quien saque sus conclusiones es indispensable en la formación del criterio, informado, reflexivo e inteligente. Justamente de lo que se trata es de combatir el fascismo del que tanto hablamos; si nos dejamos amedrentar mientras éste avanza inexorablemente, siendo un deber salirle al paso y rápido, a sentencias como las de Goebbels: "Cuando me hablan de cultura saco mi revólver".Señalaron al vate Mauricio Otero que las páginas cuestionadas de su libro eran la 44 y 23 en adelante, lo que viene a evidenciar aun más, que el mundo vive entre motejaciones de corte dudosamente moralistas, al vetar obras como el "Código Da Vinci" o "Los Versos Satánicos", y pensamos que en pro de una sana meditación, el gobierno chileno debiera allanar los caminos para la abierta circulación y la oportunidad de que los poetas vivan de su trabajo creativo, más entanto a las luces de la ciencia y la filosofía, si se quisiera analizar la obra "Cordero de Luz", daríamos con la sentencia de que un propio padre de la Iglesia, San Agustín de Hipona, valida los versos del poeta Mauricio Otero.El personaje que se ha permitido estos juicios oficiales apuntalado en una "moral" personal de dudoso contenido, debiera ser cuestionado por el propio Ministerio si esta repartición del Estado de Derecho recapacitara en la ideología que le da forma a las actividades que se considera "pedagógicas" y que consisten en qué es "inmoral":¿publicar un libro de poesía o marchar militarmente con bandas de guerra?Un país, cuna de grandes poetas no puede permitir que la expresión cultural más alta del ser humano sea juzgada por pacatos.Toda censura nace del temor y de la envidia. La poesía subsistirá por sí misma porque es la última palabra a la que el ser humano puede recurrir. En una circunstancia así valdría citar a Emile Zola en 'J'acuse' :¡Ah! se han agitado allí la demencia y la estupidez, maquinaciones locas, prácticas de baja policía, costumbres inquisitoriales; el placer de algunos tiranos que pisotean la nación, ahogando en su garganta el grito de verdad y de justicia bajo el pretexto, falso y sacrílego, de razón de estado...Es un crimen extraviar la opinión con tareas mortíferas que la pervierten y la conducen al delirio. Es un crimen envenenar a los pequeños y a los humildes, exasperando las pasiones de reacción y de intolerancia... Es un crimen explotar el patriotismo para trabajos de odio; y es un crimen, en fin, hacer del sable un dios moderno, mientras toda la ciencia humana emplea sus trabajos en una obra de verdad y de justicia."Señor Ministro, la censura a 'Cordero de Luz' resulta siendo a la claridad de la Historia, un honor para el poeta. No permita que esa potencia literaria que siempre ha sido Chile, sea arrastrada hacia los oscuros calabozos de la intolerancia en manos de fanáticos que no tienen autoridad alguna sobre la creatividad de nuestra especie.Todavía está a tiempo: Sugerimos que Usted ordene se revoque dicha prohibición y se ofrezcan disculpas públicas al poeta.
Muy atentamente.
Pedro Flecha.
Escritor peruano.
Cusco, Perú.

jueves, junio 08, 2006

He aquí un capítulo de un próximo libro que habla de la vida de Violeta Parra, escrito por su hijo.



Domingo cinco de febrero de mil novecientos sesenta y siete. 14 horas. La detonación debe haberse escuchado desde lejos. O tal vez no. La pistola era de bajo calibre. Drástico fin de todos sus tormentos. Drástico. Como le gustaban las cosas a ella.
A través de ese pequeño orificio se le fue la vida. Y con ella, los pájaros azules y rojos, dijo Atahualpa, mi viejo maestro; ya no le cabían en el alma. Por ese pequeño orificio entró a la historia. Como siempre, el consabido cuento de que los artistas deben morir para ser plenamente reconocidos.
Los vecinos preparaban el asado del domingo y seguro tenían dos o tres aperitivos en el cuerpo.
Tal vez el estampido, o como decía su hermano mayor, el pistoletazo, debe haber sonado como una puerta que se cierra con violencia. Prefiero la palabra estampido. Aquel sonido que coincidió con el entrechocar de las copas, no se oyó, felizmente para ellos; estaban de fiesta, un cumpleaños, la graduación del hijo, el intercambio de anillos de la hija mayor.
No me gusta la palabra pistoletazo, la palabra estampido me hace pensar en llanuras repletas de caballos desbocados.
Libertad total en el espacio, sin restricciones. Así me imagino el suicidio, el acto mismo. Echar a galopar todos los caballos frenados, retenidos, maneados. Potreros plenos de alfalfa verde, cascos enterrándose en el barro blando por la humedad del rocío, en galope desenfrenado. Caballos alados que, ahora, flotando se llevan la preciosa carga para perderse entre las nubes. Mientras aquí, en la tierra y su vulgaridad, un hilo de sangre corre desde la sien de mi madre hasta tocar el piso, el piso de tierra. De esta tierra que tanto amó y defendió con su canto y su guitarra. Obstinada y resuelta, hoy fundiéndose en ella, por los siglos de los siglos. Realizando el milagro tan esperado. Tierra y sangre. Madre Tierra. Hermanas de sangre juntas, por fin. Hágase su voluntad.
Así lo decidió mi madre.
Yo no escuché el estampido. A más de doscientos kilómetros, no intuí, no presentí. Ningún aviso mágico. Nada. La magia no existe.
Un amigo lo escuchó en la radio, en el noticiero de las tres de la tarde. Con cariño y firmeza dijo: “tu madre se suicidó”. A pesar del intenso calor veraniego, sentí frío.
Tengo veintitrés años, un hijo pequeñito, una mujer tierna y segura. Partimos de inmediato a Santiago. Tres horas después llegamos a la “carpa de la reina”. Lágrimas intermitentes, dos sentimientos. Alegría por su liberación, tristeza por su ausencia que pensé definitiva. Error, desde ese día, su presencia no ha dejado de acompañarme.
Cientos de anónimas personas, luego serían miles, comenzaban a rodear la carpa. Fragancias diferentes emanaban de los ramos de flores. Colores y formas distintos, según la personas. Me detuve por un momento en un ramo de clavelinas, quise pedírselo a esa muchacha para ser yo quien se lo llevara. Flores silvestres. Como ella decía, sin buscar la belleza, simplemente el gesto. Las mismas flores que había mencionado por sus nombres en la tonada “La jardinera”.
Para mi tristeza violeta azul
Clavelina roja pa’ mi pasión
Y para saber si me correspondes
Deshojo un blanco manzanillón
Si me quieres mucho poquito nada
Tranquilo queda mi corazón.
Carmen Luisa, mi hermana menor, de quince años por esos días, vivía con ella en la carpa. Mi hermana Isabel y yo ya estábamos enrielados, en nuestros propios caminos, ella con su vida y yo en lo mío. Empezando a jugar a ser adultos.
Poco tiempo antes de tomar esta decisión definitiva, mi madre terminaba su relación amorosa con Gilbert Favre, “El gringo”. “Run run se fue pal’ norte”. ¿Cuál norte? El que él andaba buscando, un norte que le perteneciera solo a él.
Quién puede mejor que ella, mi madre, dar cuenta, a quien le interese - sé que hay muchos - desentrañar esta ruptura, solo ella. Explicándose a sí misma las razones de tal separación. Por eso escribía, para desenredar las madejas del alma, creo oírla. Donde tanto amor existió, hoy solo vacío y desolación.
“Run run se fue pal’ norte”, lo dice todo. No hay misterios, ahí está la profunda verdad.
En un carro de olvido, antes del aclarar,
de una estación del tiempo decidido a rodar
Run Run se fue pa’l norte, no sé cuándo vendrá
vendrá para el cumpleaños de nuestra soledad.
A los tres días carta con letras de coral,
me dice que su viaje se alarga más y más,
se va de Antofagasta sin dar una señal
y cuenta una aventura que paso a deletrear.
Ay, ay, ay, de mí.
Al medio de un gentío que tuvo que afrontar
un trasbordo por culpa del último huracán,
en un puente quebrado cerca de Vallenar,
con un cruz al hombro Run Run debió cruzar.
Run Run siguió su viaje, llegó al tamarugal
sentado en una piedra, se puso a divagar,
que sí, que esto, que lo otro, que nunca, que además,
que la vida es mentira, que la muerte es verdad.
Ay, ay, ay, de mí.
La cosa es que una alforja se puso a trajinar
sacó papel y tinta y un recuerdo quizás
sin pena ni alegría, sin gloria ni piedad,
sin rabia ni amargura, sin hiel ni libertad,
vacía corno el hueco del mundo terrenal,
Run Run mandó su carta por mandarla no más.
Run Run se fue pa’l norte, yo me quedé en el sur
al medio hay un abismo sin música ni luz.
Ay, ay, ay, de mí.
El calendario afloja por las ruedas del tren
los números del año por el filo del riel
más vueltas dan los fierros, más nubes en el mes,
más largos son los rieles, más agrio es el después.
Run Run se fue pa’l norte qué le vamos a hacer
así es la vida entonces, espinas de Israel
amor crucificado, corona del desdén;
los clavos del martirio, el vinagre y la hiel.
Ay, ay, ay de mí.
Gilbert vino navegando desde su país, Suiza, a descubrir el continente latinoamericano. Pintor y carpintero, gentil y divertido, aprendiz de todo en la comédie suisse, en la ciudad de Ginebra, trató de aprender a tocar el clarinete, sin resultados probatorios, buscavidas, cambia de oficios; amante del bee-bop y del buen vino.
Bienvenido entre las damas. Vivió un tiempo entre los gitanos de Granada, buscando acercarse al flamenco. Alma aventurera, decide embarcarse hacia América del Sur, acompañando a un antropólogo en una expedición al desierto de Atacama. Expedición que abandonó después de algunos roces con el científico que la dirigía. Resuelve entonces descubrir el país por cuenta propia.
Al llegar a Santiago preguntó por Violeta, estaba informado de que ella era quien investigaba la música folklórica, y mucho más, el alma popular. Fue de esa manera que llegó hasta la casa de mi madre justo el día de su cumpleaños. Un 4 de octubre. Yo lo conduje a ese encuentro.
Celebraron intensamente, querían conocerse, se integró de forma inmediata. Eran dos seres que se andaban buscando. La amalgama resultó rapidito. Interesados en avanzar juntos, sin plazos ni fechas. Cinco años para descubrir un mundo extraño y fascinante. Ese fue el tiempo que demoró Gilbert, en desentrañar los misterios que le ofrecía el mundo de Violeta Parra.
Suave y tosco a la vez, se notaba a la legua que había estado demasiado tiempo solo. Dos solitarios que se encuentran necesitan tiempo para cambiar modos y costumbres. De alguna manera pierden la libertad. Pasar del yo al nosotros, les significó tiempo.
Ella, carácter apasionado, tierno y explosivo. ¿Dominante? Sin duda. Años amorosos y tormentosos se dibujaban a cuatro manos, en el horizonte.
Después de la separación, fue Bolivia la estación de término en el continente latinoamericano. Nueva tierra de acogida para Gilbert.
Mi madre no lo retuvo, al contrario, lo estimuló. La relación estaba mustia, fatigada, lo fue a visitar, convencida de que no habría vuelta atrás. Lo conversamos sin lágrimas de su parte. Se encantó con el pueblo boliviano.
Un par de intentos fallidos por reparar la frágil vasija del amor. Resultado, constatación de lo que ya sabía, los amores nacen, viven y mueren. Sin embargo, en estos viajes, no perdió el tiempo en querellas de desventurados amores. Con sus nuevas canciones, impactó a ese pueblo, “Gracias a la vida”, “Volver a los diecisiete”, “Maldigo”, “Rin del angelito”, se oían en las radios. Verdadero contacto con el público boliviano. Partidaria decidida de devolver las costas y el mar. Al contestar el teléfono en la peña “Naira” en lugar de decir: aló, se le oía “mar para Bolivia”.
En el mercado de La Paz, en las humildes tiendas, su fotografía estuvo presente durante mucho tiempo. Volvió a Chile con grupos de música folklórica boliviana, que presentaba en la carpa de La Reina. “Estos dos pueblos se necesitan”, decía, y los abrazos culturales ella los hacía realidad.
Para Gilbert era demasiado tarde. Su fuente amorosa se había secado. Llegó un día como regalo de cumpleaños y fue el más bienvenido de todos. Se fue quedando. Encontró en mi madre todo lo que le había faltado tanto tiempo. Una mujer fuerte, creativa, enamorada de su trabajo, libre como el viento. Un país a descubrir, una familia. Nosotros.
Al tercer día de su presencia en casa, se acercó a mí, entre cómico y solemne. “Tengo algo que decirte”, dijo en su reciente castellano. Mi madre le explicó que si él quería instalarse con ella en casa, debía pedirle al hijo hombre de la casa, la mano de la madre.
Lo hizo torpe y tiernamente. Accedí a su pedido, agradeciéndole; su presencia me abría espacios de libertad, complicidad compartida.
En el pueblo donde terminó sus días “Roussin”, nos acordábamos, reímos y lloramos, brindando por lo vivido. Hasta su muerte mantuvimos una relación de amistad y cariño.
Lo recuerdo en el año sesenta y cinco, después de aquella dolorosa y maravillosa aventura, la exposición de mi madre en el Museo del Louvre. De regreso en Chile hicimos un disco de música de inspiración andina, “Ángel Parra y el tocador afuerino”. Mi mamá le puso ese apodo. Ya se vislumbraba la ruptura. Afuerino se les llama a las personas que no pertenecen al lugar.
Al cabo de algunos años de rodar y lidiar con los grupos musicales en Europa, y la verdad hay que decirla, lo explotaban, Gilbert decidió terminar con la música y sus relaciones altiplánicas. Fatigado de manera definitiva, me confió que destruyó una a una las quenas y flautas andinas, las que dominaba a la perfección.
Decidido a no tocar nunca más ese instrumento, se dedicó a la observación de las estrellas.
Corría el año ochenta y siete cuando le propuse que me acompañara en un tema al cual su instrumento le venía de perillas. Me costó mucho convencerlo de romper su decisión de no volver a tomar en sus manos una quena. Si aceptó, lo hizo solo por cariño a nuestro pasado, a la amistad mantenida. Después de mucho tiempo trascurrido, a veinte años de la muerte de la mujer que un día había amado.
Nos proyectábamos las historias vividas, como una película, en la cual nosotros no habíamos actuado.
Momentos más buenos que malos, Santiago, Buenos Aires, Paris, Ginebra, la primera exposición de mi madre en Argentina. Los bastidores de los cuadros, los hacía Gilbert. Violeta avanzaba, pintaba uno tras otro. Él recordaba esos momentos con nitidez y alegría; también otros, con rabia, borrosos.
Buscaba expresarse artísticamente pero no sabía cómo. El trabajo con mi madre lo hacía posponer indefinidamente su propia búsqueda; eso lo frustraba, pero no era egoísta, aceptaba.
La cámara cinematográfica que le regaló mi madre fue algo muy importante para él, porque era uno de los caminos que quería explorar, aunque jamás hiciera una película.
La más bella aventura que vivieron como pareja fue conquistar el fuerte inexpugnable, el Museo del Louvre. Punto culminante para Violeta.
Rue Monsieur le Prince en París, L’escale, “La Candelaria”, el número quince de la rue Voltaire en Ginebra, Suiza. Para mí, momentos de privilegios, testigo inconsciente. Dejaba transcurrir la vida, sin darle importancia, recibiendo lo que se me ofrecía. Juventud divino tesoro. Tanto compartido sin saberlo. Bendita inocencia.
Miro hacia atrás sin pasión, no me corresponde. Gilbert con su eterno cigarrillo en los labios, apagado, en la casa de La Reina. En esa época ya tenía dificultades respiratorias. Mi madre le condenaba el cigarrito. Yo, escondido, le pedía uno.
Llegó con un clarinete y sus discos de George Brassens y salió de las manos mágicas de mi madre convertido en el primer intérprete de la quena, de todos los altiplanos.
Gilbert aprendió mucho con ella. A lo humano y a lo divino. Como todos nosotros, el silabario completo. Solo teníamos que ser pacientes y escuchar, sabía perfectamente lo que quería sacar afuera de cada uno de nosotros.
Durante los años que pasaron juntos, recíprocamente se entregaron amor y ternura, celos y dolores. Como todas las parejas, ni más ni menos. Mi madre, en su desmesura genial y brutal, quería todo al instante y, ese todo, era mucho esfuerzo, trabajo, disciplina. Para personas vulgares y silvestres como nosotros, imposible, a pesar del empeño.
Violeta quería a su madre, a su pueblo, a sus hermanos, a sus hijos, a sus amores, en la misma lucha, todos juntos. Unir, juntar fuerzas con el objeto de ganar batallas todos los santos días. Fortalecer a los débiles para protegerse de los ataques de los más fuertes. Y las ganaba.
No debe haber sido fácil para el Gringo. Para Gilbert fueron años de formación, de escuela de crecimiento como ser humano y, como todos los estudiantes, cuando se recibió, con el diploma en la mano, se fue. Al comienzo no lo lució en la oficina del alma, con el tiempo se enorgulleció. El resto de la historia les pertenece solo a ellos.
La joya
Por la puta puta la puta de tu madre
Mi madre no perdía ocasión de buscar y encontrar algún anciano o anciana para sacarle todo lo que supiera en materia de canciones, leyendas, danzas. No paraba nunca de trabajar. Un día descubrió una viejecita que vendía solo cilantro y perejil, verduras livianitas de llevar. Verduritas adecuadas para ella, que era flaca y chica, arrugadísima y sin dientes. La viejita se instalaba en la puerta del negocio a vender sus precarios productos. Cada vez que vendía algo entraba y mi tía Olga le servía un vasito pequeño, como un dedal, de vino pipeño. Violeta estaba convencida de que esta anciana le transmitiría tesoros literarios y musicales. Sin apurarla, la empezó a cortejar, que un vinito, otro día un caldito, y cuando la viejita estuvo en confianza, mi madre le preguntó si recordaba alguna canción.
La anciana se hizo la desentendida y al momento de partir le dijo “mañana nos vemos de nuevo”. Al día siguiente la misma historia, pero al irse le prometió algo para el día siguiente. Yo miraba a la anciana y pensaba “esta señora va a tomar y a comer, pero no va a entregar nada”.
Al tercer día apareció la vieja del cilantro y dice; “ya Violetita, le voy a cantar algo”. Mi mamá preparó la grabadora y la viejita cantó:
Por la puta puta la puta de tu madre
Por la puta puta la puta de tu madre, con ritmo de cueca y tañando en la mesa.
La vieja reventó en pequeñas carcajadas que la hacían zangolotearse, al tiempo que se golpeaba lo que le quedaría de muslo. La tía Olga, que era tentada, y conocía muy bien a la viejita se llegó a mear de la risa, le sirvió un dedal de pipeño a la vieja y este cuento se acabó.